domingo, 30 de agosto de 2015

Ángel

Mi amigo Juan Ángel era (y es) un regalo del cielo. Esta mañana paseando temprano por la playa pensaba en él, en nuestras conversaciones, en su paciencia conmigo, en la complicidad... 

Pues bien, después del chapuzón marítimo y el paseo por la orilla me senté en la arena a escribir. Estaba melancólica, esto es lo que escribidí, tal cual:

Las chispitas de luz del sol reflejado en el mar me recuerdan las de algunas miradas. Esos ojos que brillan (incluso sin fiebre).

Hoy estoy ñoña, ayer fue un día raruno y difícil y me he escapado a cargar pilas con mi amor platónico (el mar). Al menos éste me es fiel y somos libres. Siempre está disponible y su magia está abierta a todas las personas que queramos vivirla. 


Porque está vivo aunque lleve muerte en sus entrañas. Como yo misma. Asumir la temporalidad puede destrozar y pegarte al suelo o dar alas. Estoy por salir volando. Claro que para ello debo quitarme lastre (si, Ion, también unos kilos).

Cuando gestionas un duelo severo, grande, hasta el sonido de las olas te acaricia el alma.

Lo bueno (o lo malo) es que otros asuntos dejan de ser importantes. Situaciones que antes me hubieran o hubiesen provocado un ataque de nervios ahora, casi siempre, incluso me provocan una sonrisa.


(Cuando empezó a llegar gente y a apretar el sol... me volví pa casa).

Os confieso que muchas noches, cuando empieza a "bajar" el sueño doy las buenas noches a mi padre, a Xavi y a mi amigo Juan. Les agradezco la vida que compartimos y les recuerdo que les llevo en el corazón (alguna vez aprovecho para chivarles mis deseos).  



Anoche me quedé en silencio, contemplando la luna llena.


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