martes, 7 de mayo de 2019

pasado

"Cómo, a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor" (Jorge Manrique).

Vivir el presente es bien, dejar atrás el pasado, también. Pero hay asuntos del aquí y ahora que son secuelas y/o reminiscencias de otros momentos vividos. Mirar hacia otro lado ignorando lo ocurrido es pelín incoherente. Mejor abrir los ojos y ver el reflejo.

Hay episodios que, como decía mi amigo Juan, es mejor pasarlos a "asunto acumulado". Pero hay otros que pueden cambiarnos totalmente el curso, en mi caso nunca mejor dicho. 

Cosas de vida! La semana pasada el recreo/refugio transcurrió (en parte) por la zona de mis veranos felices de chiquis (gracias corazón). 

Esos en los que jugábamos con la pandi en plena naturaleza, más inocentes que un cubo. Subir a las ruinas del castillo, bañarnos en el río (o en la temida presa grande), jugar en el campo, subir al monte, caminar descalzos, repartirnos una bici entre 3 o 4, pelarnos las rodillas, escondernos, meternos en los prados de las vacas, esquivar las serpientes (y alguna víbora), asustar a las arañas de patas largas, cortar rabos de lagartijas... lo normal.

Hasta que llegó la modernización, la primera piscina, las caminatas para estar a remojo con los amiguetes. Y el amor platónico de infancia quedó relegado por el primer novio. Cine al aire libre, bailes de fiesta mayor... Aventura de verano? Vaya usté a saber, el caso y la cosa es que la historia cambió totalmente mi presente de entonces... el de justo después, el de más tarde e incluso el de ahora.

Pasé unos cuantos veranejos con la family que fueron geniales, también en mi juventud. Y sí, estar (contigo) en el mismo lugar (47 años después de nuestro noviazgo) me ha removido hasta las entrañas, con ese sabor agridulce y la intensidad que me caracteriza, conteniendo las lágrimas y la añoranza. Pero leche, qué bonito es y qué limpio se respira.

El resto, ya tu sabes... lo vamos viendo.















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