miércoles, 13 de diciembre de 2017

vejez

Hace poco, hablando con mi pareja, teníamos opiniones divergentes sobre la decadencia viejística. Osea, lo de perder facultades con los años. Obviamente la edad va escorromoñando algunas partes, mayormente físicas, pero si uno/a va aprovechando la vida para paliar lo chungo y fomentar lo mejorcito... pues cómo le decía yo: siempre podemos ser ancianas/os adorables. 

Esa imagen de los vejetes amargados e insoportables corresponde sólo a una parte del colectivo viejuno. Como dice una buena amiga: "si sabes vivir sabes morir". Con el tiempo se gana equilibrio y se mandan al carajo las estupideces. Tonterías las mínimas!. Además aún nos falta para la ancianidad.

Jode ver que se pierde fuerza corporal, cómo va actuando la ley de gravedad, cuánto se arruga la piel (y el alma), lo que cuesta sacar ese brillo en nuestros ojos cansados, o ponerse las pilas por la mañana... Supongo que en parte también pesa la mochila de vivencias y personas (presentes y ausentes) que forman nuestro mundo. 

Voy aprendiendo cómo se vive desde la eterna dualidad de: desapegar sin abandonar, sacar lo obsoleto sin tirar lo actual, escuchar al ego educado sin darle coba al egocéntrico, apartar lo tóxico sin perder el antídoto, descargar lo inútil conservando lo válido... es bien.

Sea como fuere mi proceso es mediar entre mis propias partes y las de todas las personas que me importáis y a las que quiero. Aprovechando el regalo de seguir aquí, amando y añorando. Sintiendo tanto, incluso aquellas pinceladas de sombra, entre tanta luz (y viceversa).

Yo escojo ser, también de más mayor, una persona afectuosa, apasionada, tierna, achuchable y feliz. Con tiempo para pasear, leer, escribir, sentir, soñar, pensar, crear... Una forma de vivir en la que conviven atrevidamente la tristeza y la alegría.




 "A veces hay que seguir... como si nada, como si nadie, como si nunca... "


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