miércoles, 3 de junio de 2020

Rosita

Los accidentes nos pillan siempre "en bragas". Estos meses en que toda la información nos aboca a pensar en enfermedad (y muerte) parece que hayan dejado de ocurrir otro tipo de cosas chungas.

Mi gata, adoptada hace casi 6 años, cuando ella tenía 4 (gracias Charo), sufrió un terrible e inexplicable accidente mortal el sábado. Os confieso que aún estoy anonadada. Prefiero obviar los detalles, tanto de la forma como del ataque de nervios que me dio al descubrirla (gracias hijuca por acudir a mi rescate).

Rosita era una minina adorable, cariñosa, mimosa, cercana. Exquisita, también: el agua y la arena relimpias (sino se mosqueaba), el pienso sólo de una marca concreta (se podía estar días sin comer si se lo cambiaba). Lo llenaba todo de pelos gatunos (habría que haberla cepillado más). Se afilaba las uñas en cualquier objeto (excepto en el específico). 

Estos últimos meses se había vuelto inseparable mía, me acariciaba (ella a mí) siguiendo mis pasos por todo el piso y colocándose encima mío siempre que podía. También pasaba horas durmiendo y luego jugaba con una simple goma o con su ratón de peluche. Tal vez a las personas que nunca habéis disfrutado de compañía gatuna os sorprenda mi tristeza, pero es lo que hay.

Nunca he sido de personificar a los animales domésticos ni ponerlos por encima de seres humanos, pero cuando los acojo los quiero y cuido como parte de la familia. En su universo comparten tanto con el entorno más cercano que es fácil encariñarse. Es bien. 

Qué distinto es cuando se puede acompañar la vejez y/o la pachuchez de nuestros seres queridos. La muerte sigue siendo lo que es, definitiva e irreversible, pero cuando es súbita hace falta un esfuerzo extra para aceptarla. Nos muestra que hay que aprovechar el momento presente, cada instante. 

Parece ser, según dice Elena, que en mi estado catatónico al descubrir la catástrofe, sólo repetía que llevo ya muchos muertos y que ya vale. Pero la vida nos pasa la mano por la cara y nos recuerda, constantemente, que todo y todos somos temporales.

Gracias por todos los arrumacos felinos, Roser, siento mucho tu marcha... 
(ahora quien me va a hacer mimos?)    






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