Utilizaba dos tipos de calzado, unos zapatos buenos, cómodos, casi nuevos y unas botas viejunas, muy buenas, deformadas por el uso. Pues bien, se rompieron ambos a la vez. Total que fui a la zapatería a renovar calzado de invierno. Me probé y reprobé media tienda (soy pelín difícil de calzar porque tengo el empeine alto y los pies anchos), encontré unos botines chulos, cómodos y prácticos.
Hasta aquí nada especial, verdad?. Ya te digo, la historia empieza cuando al día siguiente salgo a la calle (para ir al curro) y me doy cuenta de que voy andando raruna, dando pisadas cortas, como sin atreverme a pisar. Y así dos o tres trayectos, hasta que me centro y me atrevo a andar dando pasos firmes. Qué maravilla. Ni me aprietan, ni me molestan. Es bien!
Entonces me viene a la mente cuando de chiquis me hacían andar por una linea recta en el cole, mayormente porque camino con los pies abiertos hacia afuera, (tipo patito feo). Madre mía, las veces que me habrán dicho que ni se me ocurra bailar, que ponga la espalda recta (tengo lordosis), que vaya andares más desgarbados...
Uff!! Cómo se nos quedan grabados esos mensajes de desaliento. Menudo destrozo hacemos, sin querer evitarlo, con nuestro entorno más cercano. Y lo que nos cuesta luego re-descubrirnos, creer en nosotros y darnos permiso. Tal vez con pisadas patosas, pero dejando huellas sinceras.
Si, os lo cuento, bailo fatal, pero me encanta hacerlo y ya ni me acompleja. (Igual que cantar, que tengo un oído penoso, y aún así canto cuando quiero). Conclusión: que la vida sigue siendo temporal y ya vale de tanta tontería, toca que nos queramos una miaja más y nos respetemos nuestras diferencias, jopeta.
Caminante son tus huellas el camino y nada más...
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