Hoy he tenido un día estupendo, he ido de recados reales (un paquete por cabeza), he comprado un décimo para "El Niño", charleta con la libretera, coincidir con mi cuñada (y con Lluiset), vermutazo en casa de buenas amigas, al sol.
Después de comer un rato de atontamiento novelil haciendo punto mientras veo la tele (sshhh).
Vuelvo al taller, que sí, que puedo circular hasta que llegue la pieza, que ya va a ser la semana que viene, menudo regalazo de reyes!.
Voy tachando algunas cosas de mi interminable lista.
Me acerco al super (para variar) y... según entro me quedo en standby. Cerca de la puerta de entrada, bien colocaditos en primera fila. Los saquitos de carbón de azúcar!!!.
Os preguntareis qué carajo tiene el carboncillo dulce para hacerme perder el norte. Pues bien, para mi (para nosotros) se llama Xavi... hasta hace tres años, sus últimos reyes, siguió pidiendo (y teniendo) cada año su trozo de carbón como parte de tradición casera.
A veces estoy centrada en otras cosas, personas, pensamientos, acciones... y, sin querer evitarlo, aparece un detonante que me obliga a coger aire, mucho aire.
En ese preciso instante me he encontrado a un amiga (cara de ver por sus muchimil ocupaciones / obligaciones) y ahí estaba yo, con cara de lela contemplando desde lejos los sacos carboneros.
Ay.
Suerte que soy afortunada en recursos humanos y, en el siguiente recado en los chinos (eh! que yo nunca voy... ) pues nos hemos tropezado en una agradable conversación otra buena amiga y yo... casi nos cierran el chiringuito con nosotras dentro.
Gracias por escucharme y por tus palabras.
Por supuesto, tengo reservas de azucar carbonero. Como vengo haciendo desde hace unos 35 años. Jopeta hijuco, qué dulce tan amargo.
Acabo el día agradecida y agradeciendo porque ha estado bien, me he sentido acompañada, he solucionado cosillas, me siento más activa. Escuchando a Sting... pero con sabor agridulce.
Estoy por darle un lametazo al carbonzuelo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario