Otras veces se hace mucho más presente, se coloca delante de la alegría y me nubla la vista. Mis ojos pierden brillo, empequeñecen, cambian incluso de color.
Cuando la tristeza se impone la dejo vivir en mi, me ayuda a interiorizar vivencias, a recogerme para digerir sensaciones, recuerdos... tanto nuevos como antiguos (que aún coletean pidiendo atención).
Sin patetismo ni dramatismo, sin instalarme ni recrearme, sin hacer bandera de ello ni publicitarlo a los cuatro vientos... Simplemente estoy triste y lo reconozco, me lo permito... me ausento temporalmente.
Cuando tengo bastante, cuando mi corazón se cansa de cansarse, cuando me aburro a mi misma... convoco a la alegría para que me ayude a volver a salir, para que mi alma sonría.
Salir de nuevo al mundo y dejarme acariciar por el sol, sentir el aire, respirar.
Sin lucha, desde la calma, poco a poco vuelvo a sonreír, paso por el estado en el que conviven risa y llanto, recupero frescura en mi arrugado rostro, y vuelvo a "estar".
Agradezco a la tristeza su función en mi vida y la invito a descansar.
Entonces recupero la vitalidad, la recuperable... vuelvo a estar presente, asequible, cercana.
Y si me caigo... me vuelvo a levantar.
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