Tenía una entrada nueva, sin publicar, que escribí la semana pasada. La acabo de borrar, sin más, entre otras cosas porque empezaba diciendo que había sacado a pasear a Poma.
Sant Joan me gustaba, creo recordar. Hace ocho años que me va gustando menos. Entre medias ha habido alguno que se salva, acompañando a chicuelos fanáticos de los gegants, viendo castells (a veces desde un balcón), ayudando una miaja en la carpa de Ajud-Àfrica, disfrutando conciertos-vermut con amigas...
Pero este año casi ná, los dos años de mi madre, mi fractura del año pasado y ahora nuestra perra me han hecho alejarme de la fiestez. Un par de torres humanas, un gintonic en vaso de plástico, una coca casera... y el cava aún en la nevera.
Suerte que empezó muy bien, el concierto de Elena y Gabri fue genial y la cena con colegas también estuvo muy bien, verdad chicas?. Nos reímos tanto que cuando el domingo dejó de respirar Poma al menos me pilló con las pilas bien cargadas. (Y yo qué sé!!).
La vida es esto, un vaivén entre avanzar y parar, valorar y vivir, recordando que estamos de paso. La muerte en directo es una bofetada a los egos y las pamplineces. A las personas que tenemos mascotas, las queremos y cuidamos, nos duele su pérdida.
Sin caer en exageraciones de comparar a nuestros animales de compañía con los hijos, que se escucha cada animalada por ahí que me dan ganas de encararme y soltar alguna fresca. Pero para qué, cada cual que sienta lo que pueda y quiera.
En mi casa y en mi caso toca aprender a seguir adelante sin ladridos, sin esos largos paseos, sin proteger a Rosita (que ahora se hará la reina), sin escucharla al salir del ascensor, sin ver cómo saltaba al ver a su amo, atacaba al cartero, se enfrentaba a perracos, pillaba comida o movía la cola al llegar el chiquis.
Se vale estar triste, es bien dejar salir las emociones.