Hay eventos especialmente potentes (nacimientos, muertes... ) que nos remueven las entrañas dejándonos el alma desprotegida, para bien y para mal.
Nuestros instintos más básicos asociados a tales acontecimientos provocan que todo se intensifique, tanto para potenciar nuestras habilidades naturales como nuestras carencias más íntimas.
Todos nos equivocamos, forma parte del proceso vital del ser humano. Dicen los expertos que así aprendemos. Lo curioso es observar qué hacemos con nuestros propios errores... porque para los ajenos parece que siempre se nos ocurren soluciones. Asumir y aceptar la vulnerabilidad, permitiéndonos-la, es una tarea pesada (sobretodo porque solemos cargar con mochilas de culpas, miedos, resentimientos).
Los humanoides somos tan simples que acostumbramos responsabilizar de casi todo al último que nos active viejos (y nuevos) agravios, aunque a ésta persona le corresponda sólo su parte, nunca la de toda nuestra vida y, menos aún, la de la carga/pauta familiar que arrastremos. Cuando nos sentimos muy agobiados podemos reaccionar a la defensiva, magnificando, contraatacando, escondiendo la cabeza bajo el ala, huyendo... y ya está el lío montado!.
De vez en cuando la vida nos hace un regalo "extra". Aceptarlo puede resultar una apuesta complicada, que incluye compromiso con uno mismo y soltar amarres. Darnos permiso para avanzar abandonando episodios confusos. Levantar la vista, agradeciendo, dando paso a una nueva etapa más libre y limpia, en la que seamos felices. Archivar ofensas equivale a lo que decía mi amigo Juan: "asunto acumulado"...
Es sano animar a las personas a conseguir sus objetivos, para instalar una sonrisa en el corazón. Nos cuesta entender que algunos hagamos cosas atípicas simplemente porque lo sentimos así, a pesar de la dureza y los momentos oscuros. Es muy importante tener gente a la que amas, sin responsabilizar a nadie de nuestra propia felicidad.
Y hasta aquí puedo contaros, sed felices.
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