
Pues os cuento que desde hace cuatro años el mes de mayo ha cambiado de color, de textura, de aroma, de contenido, de estructura... conservando y aumentando su intensidad.
El 28 de mayo de 1972, con apenas 14 años, la vida me trajo un roro y en un plis plas me convertí en madre. El 30 de mayo de 1981 nació mi tercer hijo... confirmando que es un mes muy especial. Tenemos muchos mayeros en la family, sobris, amigas/os, cuñada, ex... incluso un día me casé. Boniquitísimo.

Y ya... y nunca más... cierro los ojos y le veo yéndose, sonriéndome con su cara de pillo, feliz. Con su bicicleta, sus trastos, sus proyectos, sus dudas personales, su vitalidad inmensa.
La muerte de un hijo es rematadamente dura y triste para una persona humana. Sin dramatismo ni victimismo. Simplemente es lo que siento en mi corazón.
Nos acompañamos mutuamente durante el duelo, leemos y los expertos nos hablan de entre uno y tres años de duración del proceso. Cierto que el tiempo, si lo aderezamos con gestión de emociones a destajo, es un muy buen aliado. Si nos lo proponemos seguimos adelante con nuestras vidas, llevándoles en el corazón.
Todo esto es ciertamente así... pero jopeta sigue habiendo momentos en los que el dolor de su ausencia duele hasta en el alma. Para que os voy a engañar, sabemos que todos vamos a morir, ningún miedito me da, ni una miaja.
Mi intención es, como siempre, compartir con vosotros mi sentir. Hoy, ahora, es lo que hay. Acepto mimos, lágrimas, abrazos, sonrisas y achuchones.
Xavi, hoy también te quiero.
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