Enero es gris, de toda la vida. Frío, pocas horas de luz, resaca de encuentros y desencuentros, esos kilitos de más y aquellos eurillos de menos, el propósito típico de: "este año... " (que luego se queda en agua de borrajas). Una cansinez.
Yo, como cada invierno, haría como los osos. Osea, invernar hibernando. Esperar, aletargada, la llegada de la mágica primavera. Tal vez cuando sea más viejuna lo suavice, compartiendo.
Existen dos posibles soluciones, conseguir una casa con chimenea (y música y libros) o emigrar a una zona más cálida.
De momento tengo sopa caliente (e infusiones) y me pongo varias capas de ropa. La vida pasa tan deprisa que en ná ya vuelve a hacer calor. Me gustan los calcetines de colores y las botas, pero prefiero las sandalias (y los mojitos).
Soy persona humana muy friolera, aunque lo peor es combatir el bajón que me produce esta época. Esas ganas de mandarlo todo al carajo y quedarme en la cueva, esa tentación de desconectar y que me la traiga, casi todo, al pairo. Esos ratos en los que mis ojos dejan salir alguna lágrima rebelde.
También hay momentos buenos. Un rato compartiendo unas birras al tímido sol de mediodía, con bonitas plantas y buena música. Tardes de cafés con amigas... Genial. Mayormente tras el sustaco y el disgusto de la reciente explosión es bien celebrar seguir vivos. (Desde aquí envío mi pésame a los familiares y amigos de los fallecidos).
Suelo ver un rato la caja tonta, tapada hasta las cejas, sacando las manos para hacer punto y jugar a apalabrados, mientras paso niveles de pet rescue (o similares). Un estrés, porque al final me lío contando vueltas mientras busco palabras al tiempo que rescato perretes. Y los de la tele a lo suyo, suerte que tengo un mando que me deja rebobinar.
Os cuento que tengo un brebaje (Yogi Tea) de "felicidad". Un sobrecico, agua muy caliente, cinco minutos, y ya. Uno de los pocos placeres de las bajas temperaturas, eso y las magníficas puestas de sol, efímeras y luminosas.
Yo, como cada invierno, haría como los osos. Osea, invernar hibernando. Esperar, aletargada, la llegada de la mágica primavera. Tal vez cuando sea más viejuna lo suavice, compartiendo.
Existen dos posibles soluciones, conseguir una casa con chimenea (y música y libros) o emigrar a una zona más cálida.
De momento tengo sopa caliente (e infusiones) y me pongo varias capas de ropa. La vida pasa tan deprisa que en ná ya vuelve a hacer calor. Me gustan los calcetines de colores y las botas, pero prefiero las sandalias (y los mojitos).
Soy persona humana muy friolera, aunque lo peor es combatir el bajón que me produce esta época. Esas ganas de mandarlo todo al carajo y quedarme en la cueva, esa tentación de desconectar y que me la traiga, casi todo, al pairo. Esos ratos en los que mis ojos dejan salir alguna lágrima rebelde.
También hay momentos buenos. Un rato compartiendo unas birras al tímido sol de mediodía, con bonitas plantas y buena música. Tardes de cafés con amigas... Genial. Mayormente tras el sustaco y el disgusto de la reciente explosión es bien celebrar seguir vivos. (Desde aquí envío mi pésame a los familiares y amigos de los fallecidos).
Suelo ver un rato la caja tonta, tapada hasta las cejas, sacando las manos para hacer punto y jugar a apalabrados, mientras paso niveles de pet rescue (o similares). Un estrés, porque al final me lío contando vueltas mientras busco palabras al tiempo que rescato perretes. Y los de la tele a lo suyo, suerte que tengo un mando que me deja rebobinar.
Os cuento que tengo un brebaje (Yogi Tea) de "felicidad". Un sobrecico, agua muy caliente, cinco minutos, y ya. Uno de los pocos placeres de las bajas temperaturas, eso y las magníficas puestas de sol, efímeras y luminosas.